El biombo del infierno (capitulo octavo) / Ryûnosuke Akutagawa
Al principio eran sólo sonidos, pero al rato llegó a percibir palabras
entrecortadas, como de alguien que se estuviera ahogando y pidiera auxilio
dentro del agua. Finalmente comprendió algunas frases.
- ¿Qué? ¿Que vaya yo?...
¿Adónde?... ¿Que vaya adónde? ¿Al fin del mundo?... ¿Que vaya al Infierno?
¿Quién habla? ¿Quién dice semejante cosa? ¿Quién es? ¡Ah! Con que eres tú...
El discípulo detuvo la mano
que revolvía la pintura y escrutó el rostro del maestro, pálido y cubierto por
gruesas gotas de sudor, la boca abierta desdentada y los labios trémulos y
arrugados. Dentro esa boca algo se movía como manejado por un hilo: era la
lengua; de ella salían las palabras delirantes.
- Con que eres tú... Tú.
Desde un principio supe que eras tú. ¿Qué?¿ Que viniste a buscarme? Por eso
quieres que vaya al Infierno, a ese Infierno... ¿ Qué?¿ Que mi hija me espera
allí?
En este punto el discípulo
fue presa de tal terror que creyó ver bajar una sombra misteriosa rozando la
superficie del cuadro. Tomó por la mano al Maestro. Y lo sacudió con fuerza,
pero no consiguió arrancarlo de su postración y continuó oyendo frases
incoherentes. Le arrojó entonces al rostro el agua que tenía al lado para lavar
los pinceles.
- ¿Que me estás esperando,
y que suba a la carroza?...¿ En esta carroza?...¿ Al Infierno?...- proseguía
delirante.
Al decir estas últimas
palabras su voz se convirtió en un lamento agudo, estrangulado. Por fin abrió
los ojos y se levantó sobresaltado. Tenía la mirada perdida y el semblante
demudado, como si en el fondo de los ojos continuase viendo los fantasmas del
sueño. Volvió en sí, se levantó y dijo ásperamente al discípulo:
- Puede retirarse.
Éste se retiró sin
protestar porque sabía que las órdenes del maestro no se discutían. Cuando vio
la luz del día se preguntó si no acababa de vivir una pesadilla. Luego se
tranquilizó.
Pero puedo deciros que esto
no fue nada. Un mes más tarde, otro discípulo fue llamado al taller. El maestro
lo recibió con la punta del pincel en la boca y ordenó:
- Lo siento, pero tendrá
que desnudarse como la vez pasada.
Como ya anteriormente le
había pedido que posara desnudo, no le asombró la orden y se apresuró a cumplirla.
Cuando terminó de desvestirse, Yoshihide le dirigió una mirada extraña y
agregó:
- Pero, esta vez quiero
dibujarlo con cadenas de modo que aunque lo lamento mucho, tendrá que hacer lo
que le mando.
Hablaba fríamente; no
parecía lamentarlo mucho. El discípulo era un hombre robusto que se diría
nacido para manejar la espada y no el pincel, pero las palabras del maestro lo
dejaron tieso. Comentaba luego cada vez que recordaba ese momento: " Creí
que había enloquecido y que me mataría".
Un poco fastidiado por el
aire irresoluto del discípulo, Yoshihide extrajo de no se sabe dónde una fina
cadena de hierro, y haciéndola sonar, se le abalanzó por la espalda y lo
maniató en un momento; rodeó su cuerpo con varias vueltas oprimiéndolo con
brutalidad, y ajustó con tanta violencia la punta de la cadena que el discípulo
perdió el equilibrio cayendo ruidosamente sobre el piso.
Fuente:
El biombo del infierno y otros cuentos / Ryûnosuke Akutawa. [s. l] : La mandrágora, 1959
Pintura:
Infierno de pájaros de Max Beckmann. Pintura. Alemania, 1938.
Comentarios
Publicar un comentario